Frecuentemente he venido escuchando, durante mi no corta vida de rotario, algunas frases de desaliento entre ex socios que se lamentan de que poco o nada de significación material o moral consiguieron con su ingreso a Rotary.
Frente a tan desconsoladoras manifestaciones, confieso que no pocas veces, en el amado silencio de mi hogar, en la callada soledad de mi oficina, me he quedado abstraído pensando en la trascendencia y gravedad de tales manifestaciones; y allí, en mi aislamiento, he hecho, por decirlo así, el análisis de la agrupación y de mi propia vida, el más severo examen de conciencia, cuyo resultado ha sido para mí de la más profunda satisfacción, porque he llegado a convenir en que algo se ha hecho y que mi deuda con Rotary es inmensa.
En efecto, yo siempre he creído que Rotary es escuela, es remanso, es templo. Es rico en todas estas refulgencias, aunque muchas ocasiones, por el rutinario ajetreo del diario vivir, no las advirtamos, ni menos las aquilatemos.
Es escuela digo. Aquí he aprendido a conocer al hombre como elemento de la sociedad en que vivimos, y así he cultivado mi no muy destacada vocación psicológica. Aquí he aprendido a dar, y de este modo he llegado a saber que “es más hermoso dar que recibir”. Aquí he aprendido a apreciar el valor inmenso del ideal de servir. Aquí aprendí, por último, a estimar el fuego santo de la amistad entre los brazos generosos de mis compañeros, que en mi alfabeto sentimental son las primeras letras.
Rotary es remanso o lugar tranquilo. Durante toda la semana estoy pensando en el momento delicioso de la reunión rotaria, para compartir con mis compañeros la sal y el pan de la mesa; para olvidar allí las tribulaciones de la vida diaria, las preocupaciones del ejercicio profesional, las inevitables inquietudes de la existencia, por que esta convivialidad pasajera es como un velo que se corre a todas las impaciencias de la semana. Cada chiste, cada sonrisa, cada mirada amiga, es como un suave fluir de aguas tranquilas.
Es templo también, digo. Y lo es, porque ante el sortilegio de los fines de Rotary que Miércoles a miércoles escuchamos en el Club, como excelsa plegaria: ante el hechizo alentador de la Exhortación Oficial de Rotary que, a manera de unciosa oración, escucha también cada vez que ingresa un nuevo socio, me siento conmovido y emocionado, y me parece que en lo más hondo del alma vibra, lleno de sinceridad, el propósito de ser bueno y de llevar por los caminos de la vida el consuelo al que sufre, la alegría al triste, la paz al inquieto, el pan al que no ha comido y la fe a los que todavía no creen en la bondad humana.
Rotary es, pues para mí como he dicho, escuela, remanso y templo. Y en estas tres formas Rotary me ha dado todas sus excelencias. Dentro de este ambiente no todos los compañeros me estimarán de la misma forma, porque no tengo la presunción de considerarme “monedita de oro”. Pero he conquistado aquí tantas simpatías y tantos cariños y he intimado de tal suerte con personas, que en verdad, no tengo con qué pagar a Rotary tan hermosa dádiva. Esto es lo que le debo y lo que no podré pagarle nunca.
Comité de Información Rotaria
Marzo 31/10
Aurelio Licón Baca
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